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Cristina no es mala gente pero es... exasperante. MUY exasperante. A leguas se le nota a la pobre que quiere llamar la atención. Si bien la quiero (en mi propia forma de demostrar afecto), me gustaría que dejara esa necesidad de atención cada cinco minutos. Encima de que se cree la gran cosa, como si fuera la última Coca-Cola del mundo.
Lo que sí es es ser la última del salón con respecto a las notas. Pobre.
No estábamos en clase de matemática, sino de latín, cuando me llegó con cuaderno en mano a copiarse las respuestas a los ejercicios que me había esforzado en hacer. Si bien la tía no tenía diccionario, pudo habérmelo pedido prestado en vez de copiarse como si nada y sin hacer ningún esfuerzo en entender el tema. Y luego está pidiéndome las respuestas en medio del examen.
Crsitina: Ey, Sandy, ¿cómo es la cinco?
Sandra: El profesor lo explicó muy bien y repetidas veces la semana pasada, deberías de haber puesto atención.
Cristina: ¡Ay, amigui! Aunque sea arrima la hoja un poquito, para ver...
Sandra: ... (*se inclina más sobre la hoja*).
Cristina: ¡Chama, no seas así!
Profe: ¡Cristina! Cierre el pico y deje a sus compañeros hacer el examen en paz.
De paso, el profe está medio sordo y casi no escucha bien, así que deberían de imaginar el alarido que pegó Cristina para hacer que la escuhara.
Puede que la niña no tenga tantos amigos como una vez tuvo en su viejo colegio ni el nivel académico fuese tan alto, pero tampoco necesita llamar la atención de forma tan poco disimulada ni que no se ponga las pilas. Y luego se pregunta por qué sale mal...
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