Como buena alma caritativa que soy y para cumplir con mi buena acción anual doy clases a aquellos que no entiendan algo.
Sin cobrar.
(Sí, soy huevona).
Todo la mar de normal, considerando que normal significa que un grupo de pubertas allanen mi casa y empiecen a hacer desastre además de no escuchar lo que estoy explicando. Y eso es lo que más arrechera me da, porque cuando me arrecho arde Troya.
Yo me tomo la molestia de ofrecerles un servicio (porque la boba que las invita a explicar soy yo) sin lucro alguno esperando solamente que presten atención para salir meramente bien. ¿Y qué pasa? Lo mismo que en cualquier otra clase, mis queridos alumnos se ponen a hablar y a hacer cualquier vaina, cualquier vaina que no sea mirar a la pizarra (sí, con pizarra y todo).
Recuerdo la primera vez que vinieron. Desastre total.
He de confesar que la mayoría sí salió bien educada luego de mi clase porque aprobaron el examen siguiente... sin contar a Cristina que volvió a raspar (nada nuevo, la verdad).
Pero hablemos de una de las nuevas protagonistas del blog, Helen.
Helen no es ¡oh-tan-brillante! pero sí es lista y cuando presta atención es capaz de obtener notas altas y toda la cosa, sólo hay un problema.
¡No se calla la jeta!
Cosa que ya deberían de saber siendo ella una de las que le encanta contar su vida al público y agarra cada mínima oportunidad para dar cada discurso. No me importa que lo haga en el colegio o incluso en mi casa si nada más estuviese de visita por joder, pero yo estoy dando clases para que ellas salgan bien, y ella me está interrumpiendo. Sandra is not happy at all.
Y es que si como mínimo hablase de la materia en cuestión, pero es que la mujeres sacan cada tema... Yo, siendo una mujer también, no sé cómo es que lo hacen (y luego la creativa soy yo).
Recuerdo cuando le presté un cuaderno y lo que hizo fue hablar con Eliza, la que va atrás de ella, todo el rato y yo necesitaba terminar mi tarea, se lo presté porque de verdad creí que no se iba a tardar pero lo tuve que pedir de vuelta para que la profesora me firmara (y me regañara por no haber empezado a desarrollar las preguntas puestas en la pizarra).
Volviendo a las clases, creo que me voy a retirar de ellas, al menos de aquellas que tengan más de tres personas porque yo no puedo y los que me conocen saben que paciencia no tengo.
Eso sí, hoy tuve a una alumna semi-dispuesta a aprender (¡y sí aprendió, Señor!) y nos sobró tiempo incluso para mariquear sobre cualquier cosa.
Eliza me pidió que le explicara matemáticas y yo, algo recelosa de volver a revivir experiencias pasadas que no quiero recordar (cofCristinacof), dije que sí con la condición de que no se lo mencionase a nadie más.
Todo fue relativamente "miel sobre hojuelas" y estoy segura de que Eliza aprobará la entrevista del profesor Joaquín (esa en la que saqué veinte y ésa misma a la que nadie le interesa). Sólo debo recordar apagar la computadora mientras le explico porque a la pobre le viven llegando mensajes al Facebook y al Messenger que me interrumpían cada dos por tres.
Hay sólo una cosa de la que me arrepiento...
¡Haberle dicho que sí a Moira cuando me pidió que le explicase Latín, joder!
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