Los profesores.
Todos tuvimos alguno alguna vez, así que no creo que alguien se sienta no identificado con el tema. Los hay malos, buenos, amigables y detestables (y hay muchos menos de los últimos de lo que se cree), pero de todos aprendemos algo.
Yo aprendí de mis profesoras de kínder a dejar de ser una llorona.
Yo aprendí de mis profesoras (y un profesor) de primaria a hacer amigos y a no dejarme perjudicar por nadie... y a ser una hipócrita (eso se pega).
Pero en secundaria aprendí mucho, mucho más.
De mis dos primeros profesores de matemática aprendí a odiar los números y a maldecir en binario.
De mis dos primeras profesoras de biología aprendí a odiar a la naturaleza, la vida, a ser una "hija de puta" y que que te dejen en el altar es muy feo, pero que no era razón para torturar a los alumnos.
De mis profesoras de física aprendí... absolutamente nada.
De mi primera profesora de música aprendí a odiar la música de mi país.
De mis profesoras de historia (universal, contemporánea y del arte) aprendí a odiar el pasado, a verlo como algo que ya no nos es necesario y nunca nos será de utilidad.
Entonces me rendí y me dije que ya no quedaba nada bueno que aprender. O eso creí.
La misma profesora de historia que me hizo odiar con fervor la materia me enseñó de la peor forma que si no sabemos de donde venimos jamás sabremos a donde vamos.
Y vi las cosas de otro modo. ¿Por qué? No sé, la cosas sólo me llegaron de repente, como una... ¿cuál sería la palabra? Epifanía diría yo. Si bien no aprendí más de esa profesora, lo que me enseñó me bastó para saber que...
De mis profesores de castellano y/o literatura le agarré el amor a la escritura, a la lectura y a los modismos españoles.
De mi profesor de química aprendí que los números no son malos y que quemar cosas sí es divertido.
De mis profesores de idiomas y lenguas aprendí que las otras lenguas te abren las puertas del mundo y que te dan más alas que el Redbull.
De mi tercer profesor de matemática aprendí que de los errores sí se aprende, y mucho.
De mi otro profesor de matemática aprendí a volver a querer (en mi muy singular forma) a los números y que la honestidad sí es apremiada.
De mi segunda profesora de música aprendí a amar la música clásica y a apreciar los dulces sonidos de la vida.
De mis profesoras de dibujo aprendí a como mejorar mi técnica y a expresarme sin palabra alguna, porque a veces sobran.
Pero no crean que soy la persona más agradecida con la vida.
Ellos me hicieron una persona muy dura y muy fría. Se los agradezco a todos y a cada uno, porque de ellos aprendí que no te puedes lanzar a un mundo tan frío, duro y oscuro como este sin antes endurecerte tú mismo.
Venga, mundo, a ver quién puede más.
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